jueves, 7 de junio de 2012

Recuerdo


Mirando la puesta de sol
recuerdo tu cuerpo temblar,
el aroma de tu cabello ondear
y tu risa estruendosa sonar…
… recuerdo aun el brillo de tu mirada,
tus manos heladas.
No olvido tu figura,
de fisuras y quebradas…
… tus mejillas sonrojadas…

Recuerdo tu carácter,
fresco y envidiable;
tu rostro perfilado
y tu cuerpo al bailar.
Recuerdo el dolor de tu ausencia
y tus lágrimas al llorar.
Recuerdo las manchas de tu piel pecosa
y tus pies descalzos al caminar…

Recuerdo tu voz suave
y tus párpados delicados.
Recuerdo tu esencia tierna
y tu tibio respirar…
… te recuerdo con estima,
te recuerdo y con dolor.
Recuerdo tu sangre de un rojo furioso
y también recuerdo tu último suspirar…

sábado, 17 de marzo de 2012

El reflejo de Narcisa

Muerte y pasión.

Su relación sólo se resumía en aquellas dos palabras. No existía nada más, ni expectativas ni proyectos. No había amor, pero sí mucha locura. Se querían a su modo, narcisista y egocéntrico, y eso no les molestaba, nuca lo hizo. No se celaban, no les interesaba lo que hacía el otro durante su rutinaria vida, pero todo telón se cierra al finalizar la obra y la de ellos caía precisamente durante la noche.

Era en aquel instante efímero y circunstancial en la que toda careta quedaba fuera de la habitación y sólo quedaban dos cuerpos desnudos tocándose el uno al otro, dos cuerpos que se fundían y formaban un único ser. Era en esa danza de caderas donde demostraban su deseo, y era con aquellas manos pecadoras que ahogaban sus temores.

No decían nada, nunca lo hacían, no arruinaban el momento con palabras vacuas, tampoco lo malgastaban con jueguitos inútiles. Se besaban con furia, dejaban que los labios contrarios recorrieran el cuerpo propio y que les marcaran con fuego. Un fuego que nunca menguó y el mismo que los consumió.

Y luego al amanecer era que esos dos cuerpos compenetrados perdían la fuerza y el misticismo y se repelían. Era ahí cuando el telón volvía abrirse, dando paso a nuevos actores y los mismos personajes que la vez pasada. Las máscaras volvían a su lugar y el libreto, ya escrito desde mucho, se interpretaba con naturalidad. Era al despertar, en esa misma habitación en la que no se miraban ni se saludaban, que se vestían y continuaban con el teatro.

Muerte y pasión. Muerte y pasión. Muerte y pasión.

Nunca hubo nada más. No les molestaba, tampoco les interesaba. Sólo existía muerte y pasión. Sólo se hallaban dos personas, uno era muerte y la otra pasión. Y ambos se volvían uno y ese era el detonante de aquellas palabras.

El telón se incendió y las máscaras se desquebrajaron, los actores corrieron y los personajes quedaron, el acto final estaba dando el espectáculo cúlmine y no habían espectadores. El teatro se desmoronó y ya no había más que pasión y muerte.

viernes, 16 de marzo de 2012

Cariño imaginario

Con violenta devoción te siento pasar
tan campante y soberbia como
sólo tú sabes actuar
Caminando con gracia pareces danzar,
te mueves como el viento
y como el viento te vas...

... Tu piel, tan suave y tersa,
tan blanca y pura
que parece llamar,
me seduce en silencio
me invita a pecar
pareciese una broma,
una broma no más,
pero tu danza nocturna me hace dudar.

Tu débil esencia,
un halo de nada,
el resquicio de un sueño que jamás se hará,
escurre lastimosa
y lastimosa ya no está.
Se desvanece en el aire
y en el aire se va...

Tu mirada vidriosa,
tu mirada negruzca,
me enloquece...
... me enamora...
Me condena a serte fiel
con el desencanto de un amor,
de un amor sin corresponder
y de un desdén que mata
lo poco de mi ser...

Agonía vital

Decir que no lloro sería mentira...
que mis ojos secos no muestran ternura
y que en mis labios rojos se ahogan quejidos,
... todos me miran y nadie comprende
que esta soledad asfixiante sofoca suplicios...

Aquellos,
los cínicos,
creen engañar mi mente
pero mi boca muerta a nadie responde...
Es inconsecuente pretender comprensión
y mi mirada ausente causa conmoción...

...las risas lejanas, las voces hirientes...
¡Todo alrededor provoca dolor!
Un dolor necesario
Un dolo indeleble
Que siempre presente me hace temblar,
me obliga a dudar
de que mi razón absurda ayude a calmar
mi corazón corrompido por ellos,
los despiadados,
que sin miramientos pisotean mi andar...

... Y aun ahora entre el bullicio
parezco callar el sonido
y en la quietud de mi llanto
procuro oír el silencio...

miércoles, 2 de noviembre de 2011

7 minutes of pleasure

Siete minutos de placer…

Era todo lo que pedía ese martes nefasto en que el día, nublado y enigmático, lo incitaba a pecar.

Siete minutos, de sesenta segundos cada uno, era suficiente para satisfacer su sed malsana que se extendía de su estómago hacia todo el resto del cuerpo, concentrándose especialmente en cierta parte de su anatomía que saltaba ansiosa por abrirse paso en el templo prohibido de sus más bajas fantasías eróticas, vibrar con el roce de la piel delicada de su intimidad con la suave y aterciopelada del trasero redondo y bien formado de su pequeño hermano menor.

Y hacerlo gritar de placer. Que se revuelque entre las sábanas de lino blancas manchadas por el líquido carmesí, testigo de su entrega poco elocuente en tan sólo siete minutos.

Era necesario ser precisos en el tiempo.

Siete minutos, uno por cada pecado capital, uno por cada pensamiento que despertaba ese pequeño trozo de cielo que se ocultaba, aniñado, entre las piernas afeminadas de su pequeño hermano menor. Y que rara vez podía ser visto, por voluntad propia, por el verdugo de la inocencia.

Cada minuto, casi eterno, era valorado como un tesoro en lo más profundo del pútrido y sórdido corazón del enfermizo hombre obsesionado con el diminuto cuerpo que, como una ratita, intentaba hallar salida a ese laberinto en el que se encontraba atado, con su hermano.

Cinco años ya habían transcurrido desde el fallecimiento de sus progenitores. Cinco años desde que vivían ambos absortos en sus propios problemas, aun cuando el contrario era el más grande de ellos. Cinco años y de estos, él tan siquiera imploraba siete minutos.

¡Siete miserables minutos de disfrutar la fruta del génesis que se le ofrecía descarada durante tanto tiempo!

Y aun así, esos siete minutos siempre se vieron lejanos. Eran una imagen difusa en su mente que llegaba forzosa cuando cerraba los ojos y cernía su diestra entorno a su pene grueso y amoratado, deseoso de placer. Placer, que por el momento, brindaba su mano rasposa. Subiendo y bajando por el largo, jugueteando con la punta y apretando de momentos, rozando con los dedos sus carnosos testículos que como péndulos adornaban su sexo excitado.

Gimió. Exhaló fuerte. Deseó con todas sus fuerzas que la imagen de su mente, de su hermanito menor abriéndole paso a su interior, no se esfumara. Aumentó el ritmo del vaivén de su mano, se sujeto, con la izquierda, del cobertor debajo de él. Jadeó extasiado, necesitado.

Apretó con fuerza sus párpados sintiendo las traicioneras lágrimas de la culpa caer por sobre sus mejillas enrojecidas. Pero no se detuvo, el movimiento de su mano pecadora iba en aumento, la imagen se hacía más nítida, el deseo hacia mella en él, sofocándolo y el orgasmo estaba próximo.

Contuvo un gritito de placer cuando su miembro, ya flácido, liberaba una cantidad considerable del blanco y espeso fluido sobre su mano, ropa y parte del suelo y la cama. Con los ojos cerrados respiró fuerte,  tratando de recuperar el aire perdido en la masturbación.

La imagen, desvanecida, desapareció de su mente y esos siete minutos que el siempre esperó, se volvieron un sueño utópico y una sensación de desasosiego se apoderó de él, como después de cada paja.

Abrió sus orbes ocres, se acomodó en la orilla de la cama viendo la consecuencia de su calentura y esperanzado llevó dos de sus dedos a su boca, probando su propio sabor. Agrio.

Tenía tiempo. Toda una vida si hiciera falta. Pero esperaría, paciente, por esos siete minutos de placer.